Tener autoridad, que no
autoritarismo, es básico para la educación de nuestro hijo. Debemos marcar
límites y objetivos claros que le permitan diferenciar qué está bien y qué
está mal, pero uno de los errores más frecuentes de padres y madres es
excederse en la tolerancia. Y entonces empiezan los problemas. Hay que llegar
a un equilibrio, ¿cómo conseguirlo para tener autoridad?
Estos son los principales errores que, con más frecuencia, debilitan y
disminuyen la autoridad de los padres:
·
La permisividad.
Es imposible educar sin intervenir. El niño, cuando nace, no tiene conciencia
de lo que es bueno ni de lo que es malo. No sabe si se puede rayar en las
paredes o no. Los adultos somos los que hemos de decirle lo que está bien o lo que está mal. El dejar que se
ponga de pie encima del sofá porque es pequeño, por miedo a frustrarlo o por
comodidad es el principio de una mala educación. Un hijo que hace
"fechorías" y su padre no le corrige, piensa que es porque su padre
ni lo estima ni lo valora. Los niños necesitan referentes y límites para
crecer seguros y felices.
·
Ceder después de
decir no. Una vez que usted se ha decidido a actuar, la primera
regla de oro a respetar es la del no. El no es innegociable. Nunca se puede negociar el no, y
perdone que insista, pero es el error más frecuente y que más daño hace a los
niños. Cuando usted vaya a decir no a su hijo, piénselo bien, porque no hay
marcha atrás. Si usted le ha dicho a su hijo que hoy no verá la televisión,
porque ayer estuvo más tiempo del que debía y no hizo los deberes, su hijo no
puede ver la televisión aunque le pida de rodillas y por favor, con cara
suplicante, llena de pena, otra oportunidad. Hay niños tan entrenados en esta
parodia que podrían enseñar mucho a las estrellas del cine y del teatro.
En cambio, el sí, sí se puede negociar. Si usted piensa que el niño puede ver la televisión esa tarde, negocie con él qué programa y cuanto rato.
·
El autoritarismo.
Es el otro extremo del mismo palo que la permisividad. Es intentar que el
niño/a haga todo lo que el padre quiere anulándole su personalidad. El
autoritarismo sólo persigue la
obediencia por la obediencia. Su objetivo no es una persona
equilibrada y con capacidad de autodominio, sino hacer una persona sumisa,
esclavo sin iniciativa, que haga todo lo que dice el adulto. Es tan negativo
para la educación como la permisividad.
·
Falta de
coherencia. Ya hemos dicho que los niños han de tener
referentes y límites estables. Las reacciones del padre/madre han de ser
siempre dentro de una misma línea ante los mismos hechos. Nuestro estado de
ánimo ha de influir lo menos posible en la importancia que se da a los
hechos. Si hoy está mal rayar en la pared, mañana, también
·
Igualmente es fundamental la coherencia entre el padre y la madre.
Si el padre le dice a su hijo que se ha de comer con los cubiertos, la madre
le ha de apoyar, y viceversa. No debe caer en la trampa de: "Déjalo que
coma como quiera, lo importante es que coma".
·
Gritar. Perder
los estribos. A veces es difícil no perderlos. De hecho
todo educador sincero reconoce haberlos perdido alguna vez en mayor o menor
medida. Perder los estribos supone un abuso de la fuerza que conlleva una
humillación y un deterioro de la autoestima para el niño. Además, a todo se
acostumbra uno. El niño también a los gritos a los que cada vez hace menos
caso:
·
Perro ladrador, poco mordedor.
Al final, para que el niño hiciera caso, habría que gritar tanto que ninguna
garganta humana está concebida para alcanzar la potencia de grito necesaria
para que el niño reaccionase
·
Gritar conlleva
un gran peligro inherente. Cuando los gritos no dan resultado, la
ira del adulto puede pasar fácilmente al insulto, la humillación e incluso
los malos tratos psíquicos y físicos, lo cual es muy grave. Nunca debemos
llegar a este extremo. Si los padres se sienten desbordados, deben pedir
ayuda: tutores, psicólogos, escuelas de padres...
·
No cumplir las
promesas ni las amenazas. El niño aprende muy pronto que cuanto más
promete o amenaza un padre/madre menos cumple lo que dicen. Cada promesa o
amenaza no cumplida es un girón de autoridad que se queda por el camino. Las promesas y amenazas deber ser realistas,
es decir fáciles de aplicar. Un día sin tele o sin salir, es posible. Un mes
es imposible.
·
No escuchar.Dodson
dice en su libro El arte de ser padres, que
una buena madre -hoy también podemos decir padre- es la que escucha a su hijo
aunque esté hablando por teléfono. Muchos padres se quejan de que sus hijos no los escuchan. Y el
problema es que ellos no han escuchado nunca a sus hijos. Los han juzgado,
evaluado y les han dicho lo que habían de hacer, pero escuchar... nunca.
·
Exigir éxitos
inmediatos. Con frecuencia, los padres tienen poca
paciencia con sus hijos. Querrían que fueran los mejores... ¡ya!.Con los hijos olvidan que nadie ha nacido
enseñado. Y todo requiere un periodo de aprendizaje con sus
correspondientes errores. Esto que admiten en los demás no pueden soportarlo
cuando se trata de sus hijos, en los que sólo ven las cosas negativas y que,
lógicamente, "para que el niño aprenda" se las repiten una y otra
vez.
Sin embargo, una vez que sabemos lo que
hemos de evitar, algunos consejos y "trucos" sencillos pueden
aligerar este problema, ofrecer un desarrollo
equilibrado a los hijos y proporcionar paz a las personas y al hogar.
Estos consejos sólo requieren, por un lado, el convencimiento -muy
importante- de que son efectivos y, por otro, llevarlas a la práctica de
manera constante y coherente.
|
- ejemplo para tener fuerza
moral y prestigio. Sin coherencia entre las palabras y los hechos, jamás
conseguiremos nada de los hijos. Antes, al contrario, les confundiremos y
les defraudaremos. Un padre no puede pedir a su hijo que haga la cama
si él no la hace nunca.
- Confiar en nuestro hijo. La confianza
es una de las palabras clave. La autoridad positiva supone que el niño
tenga confianza en los padres. Es muy difícil que esto ocurra si el padre
no da ejemplo de confianza en el hijo.
- Actuar y huir de los discursos. Una vez que
el niño tiene claro cuál ha de ser su actuación, es contraproducente
invertir el tiempo en discursos para convencerlo. Los sermones tienen un
valor de efectividad igual a 0. Una vez que el niño ya sabe qué ha de
hacer, y no lo hace, actúe consecuentemente y aumentará su autoridad.
- Reconocer los errores propios. Nadie es
perfecto, los padres tampoco. El reconocimiento de un error por parte de
los padres da seguridad y tranquilidad al niño/a y le anima a tomar
decisiones aunque se pueda equivocar, porque los errores no son fracasos,
sino equivocaciones que nos dicen lo que debemos evitar. Los errores
enseñan cuando hay espíritu de superación en la familia.
Todas estas recomendaciones pueden ser muy
válidas para tener autoridad positiva
o totalmente ineficaz e incluso negativa. Todo depende de dos factores, que si
son importantes en cualquier actuación humana, en la relación con los hijos son
absolutamente imprescindibles: amor y
sentido común.
Educar es estimar, decía Alexander Galí. El amor hace que las técnicas no
conviertan la relación en algo frío, rígido e inflexible y, por lo tanto,
superficial y sin valor a largo plazo. El
amor supone tomar decisiones que a veces son dolorosas, a corto plazo,
para los padres y para los hijos, pero que después son valoradas de tal manera
que dejan un buen sabor de boca y un bienestar interior en los hijos y en los
padres.
El sentido común es
lo que hace que se aplique la técnica adecuada en el momento preciso y con la
intensidad apropiada, en función del niño, del adulto y de la situación en
concreto. El sentido común nos dice que no debemos matar moscas a cañonazos ni
leones con tirachinas. Un adulto debe tener sentido común para saber si tiene
delante una mosca o un león. Si en algún momento tiene dudas, debe buscar ayuda
para tener las ideas claras antes de actuar.
Respetar
a los hijos
|
Esperamos que nuestros hijos nos traten con
el respeto debido y que sepan respetar a los demás. Pero ¿respetamos nosotros
a nuestros hijos en la misma medida?
"Los niños pequeños tienen sentimientos pequeños" "Los jóvenes de pocos años tienen pocos sentimientos"
Evidentemente, sorprende leer estas dos
premisas. Es muy probable que al leerlas pudiera pensarse que un servidor no
sabe lo que dice. Pero en cambio no
es demasiado extraño que actuemos como si fuera cierto que a menor edad
correspondieran menos sentimientos y menos dignidad. Y si no,
preguntémonos por qué en ocasiones la manera de tratar a nuestro hijo no se
corresponde con el respeto que debemos a cualquier persona adulta.
Aunque son pequeños y de corta edad, se
sienten despreciados cuando les hablamos con altivez, humillados cuando les
avergonzamos (a veces en público), y atropellados cuando les damos órdenes
incomprensibles a sus ojos. Actuar
así es la mejor manera de empezar a levantar barreras que dificultarán
nuestro entendimiento con ellos. En cambio, si les tratamos con el
mismo respeto que a cualquier persona, les ayudamos a sentirse tan
importantes como los adultos, dignos de la misma consideración y favorecemos
una comunicación fluida entre nosotros y ellos. Respetar es tratar a alguien con la debida consideración.
El respeto que les tenemos a los hijos se
manifiesta en la calidad del trato
que les otorgamos y en la atención que ponemos en tratar de no invadir sin permiso
sus espacios de autonomía. No es lo mismo, por ejemplo:
Las ventajas educativas de tratar a los
hijos con el debido respeto son decisivas. Si nuestra relación con ellos no
se basa en la consideración,
se vuelve imposible llevar a cabo una acción educativa eficaz y la
convivencia, a medida que se van haciendo mayores, resultará dificultosa.
(Lectura recomendable: Ser padres con sensatez).
Dos grandes razones justifican la necesidad de otorgar a los hijos un
trato basado en el respeto:
- Cuando reciben un trato
considerado, reaccionan con actitudes
de colaboración. Pronunciar una frase amable para pedirles alguna cosa
en vez de una orden autoritaria y cargada de reproches genera en ellos
sentimientos de agradecimiento que les animan a identificarse y colaborar con
la persona que no manda, sino que pide, recuerda, sugiere. No es magia: al
igual que los adultos, los niños responden según los estímulos que reciben,
se adaptan al trato recibido.
- Cuando reciben un trato desconsiderado o irrespetuoso, acaban por asumir conductas irrespetuosas, negativas e incluso agresivas. Al sentirse maltratado, el niño no puede por menos que sentir aversión hacia aquellos que le tratan mal, que no tienen en cuenta su dignidad. Y con esos sentimientos como cojín de su voluntad, es difícil que tenga ganas de seguir las indicaciones que ha recibido. Al contrario, es probable que por despecho, tenga ganas de desobedecer. Imaginemos por un momento que en una reunión de amigos, nuestra pareja se mancha la camisa y, en voz alta y con tono de reproche le decimos: "Eres un auténtico desastre, siempre haces igual, mira como te has puesto, da vergüenza ir contigo a cualquier sitio..." Una situación similar sería tan inaudita que el simple hecho de imaginarla nos resulta cuando menos gracioso. En cambio, si la escena se plantea entre padres e hijo, adquiere normalidad, pierde dramatismo. Incluso veríamos con relativa normalidad el pensar en un castigo si el hijo contestara una impertinencia. Parémonos a pensar: ¿por qué nos parece normal destinarle un trato a nuestro hijo que de ninguna manera destinaríamos a nuestra pareja? ¿No podemos deducir que realmente nos olvidamos de pensar que tiene sentimientos y reacciones que dependen en gran medida de nuestra actitud con él?
Es posible que, después de lo antes
expuesto, quede en mis palabras un eco que no se corresponde con mi intención
ni con la realidad de las cosas. Las palabras, con frecuencia son equívocas y
nos inducen a errores. Me gustaría puntualizar que cuando hablo de respeto,
consideración y delicadeza, no quiero decir no-intervención, no quiero decir
que no haya que contrariar a los hijos, no quiero decir que debamos dejarnos
avasallar por sus exigencias. Sólo quiero dejar claro que amonestar,
orientar, informar o exigir no es lo mismo que insultar, avasallar, maltratar
o avergonzar.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario